Francisco Yuste

Coaching personal y ejecutivo - Inteligencia Emocional.

Una de las historias que muchos asociamos a las fechas navideñas y que te “engancha” fácil si la encuentras en pantalla –lo que también es fácil esas fechas- es la que se nos relata en la clásica película “¡Qué bello es vivir!” (Frank Capra, 1946).

Un argumento para la reflexión

En ella, George Bailey (encarnado por James Stewart) es un honrado, bondadoso y modesto ciudadano de un pequeño pueblo que dirige y mantiene a flote una pequeña empresa de empréstitos, local y familiar, a pesar de los intentos de un poderoso banquero por arruinarlo.

George siempre se vio en cierto modo forzado a olvidarse de sí, y anteponer las necesidades y el bien de otras personas. El día de Nochebuena de 1945, abrumado por la repentina desaparición de una importante suma de dinero, que supondría la quiebra de su empresa y también un gran escándalo, decide suicidarse –“valgo más muerto que vivo”-.

Cuando está a punto de hacerlo ocurre algo extraordinario: aparece Clarence, un viejo ángel que aún no ha conseguido sus alas, que le hace recapacitar. El ángel concede a George el deseo de ver lo que sería la vida sin él, si nunca hubiera nacido, en especial la vida de las personas que conoce y que quiere. Así, George vive una catarsis en la que percibe que todo lo que ha hecho a lo largo de su vida tiene sentido, y que lo que ha sembrado por medio de su trabajo, sus renuncias, su amor y su generosidad, encuentra eco en muchos de los que han recibido algo de él, aunque no haya sido consciente de ello. Se produce en él un despertar y, al final de la película, comprueba que, cuando la gente a la que ayudó advierte su necesidad, acude también a apoyarle… como tantas otras veces lo había hecho antes él mismo con los demás.

Es el ciclo de la vida: La vida se llena de sentido cuando se convierte en un don, en entrega.

 

Traslación a nuestro día a día

En el mundo actual, más de celebrar lo grandioso y lo evidente, donde el tener, el poder o la apariencia externa se convierten medidas del éxito, la Navidad nos recuerda que lo más importante a menudo se encuentra en lo que somos capaces de ser en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo que pasa desapercibido.

Cuando se acercan las fechas navideñas, no son pocas las personas que viven una extraña paradoja en la que, por una lado, y sin llegar a la desesperación de George Bailey, experimentan sentimientos de estrés, ansiedad, cierta desgana ante la idea de las predecibles celebraciones familiares o no familiares (con personas que nos apetece ver…o no), de la necesidad apremiante de surtir la mesa –con la mantelería navideña, que ya no vale cualquiera-, de decorar la casa como proponen las revistas, de remover recuerdos no siempre amables, de comprar regalos (a veces sabiendo qué y la mayoría de las veces no) y un sin fin de “tengo qué…”.

Por otro lado, son fechas que siguen conservando una poderosa carga evocadora en la celebración del nacimiento de un Niño -más tarde una figura histórica- que es una metáfora de lo más humano que hay en cada uno de nosotros. Concretamente, en el nacimiento de Jesús encontramos el simbolismo de un posible renacer, de un cambio interior, de un nuevo comienzo que puede ir mucho más allá de la mera dimensión festiva, pagana o religiosa, que concedemos a estas fechas.

Parón e introspección

La Navidad es momento propicio, pues, para hacer un pequeño parón en nuestra rutina diaria, mirar un poquito hacia dentro, y valorar qué sentido que le estamos dando a nuestra vida, a lo que hacemos cada día y al impacto que tiene en los demás, preguntándonos, como George Bailey, qué pasaría si nunca hubiéramos nacido, cómo nos gustaría que fuera nuestra vida si volvemos a nacer o, simplemente, qué creencias y actitudes podemos cambiar en nuestra vida actual para poder avanzar.

En otras palabras, se trata de no permitir que la Navidad sea algo solo fuera de nosotros, para descubrirla y vivirla en nuestro interior y, así, redescubrirnos en lo más esencial de nuestro ser. Si nos quedamos demasiado en lo de fuera, en lo que se ve, podemos quedar deslumbrados por las bonitas luces de las calles o por los canticos de villancicos que suenan de fondo, pero nos perderemos lo mejor –el Niño- que está escondido en cada uno de nosotros.

En nuestra tradición cristiana, el nacimiento de Jesús simboliza un punto de partida que transforma el curso de la humanidad y que nos invita a ver en la fragilidad de un bebé recién nacido que, a pesar de las dificultades de la vida, siempre hay espacio para la transformación y para nuestro crecimiento personal. El nacimiento de Jesús en un establo rodeado de animales y pastores es, en este sentido, una de las imágenes más chocantes para la sociedad de hoy: en lugar de llegar al mundo en el esplendor material de un palacio exuberante, llega en el seno de lo humilde, lo vulnerable y pequeño, lo esencial, lo cotidiano. La sencillez de este nacimiento, como hemos visto, nos muestran que lo más importante en la vida no reside en lo que hoy se entiende como éxito –conquistas externas, dinero, poder, títulos, cargos, posesiones – sino en los pequeños actos de amor, de servicio, de compasión y de dedicación que tenemos hacia los demás y hacia nosotros mismos. Y es que toda la magia y la luz que podemos percibir en la escena externa de Belén, está dentro de nosotros.

 

Cada Navidad nos invita a volver a nacer a lo que, en realidad, ya somos, a conectar con lo que sentimos, a hacernos más responsables de nuestra vida y de nuestra capacidad de cambiar y mejorar. Cada Navidad nos trae la oportunidad de vivir de forma más coherente y auténtica, más solidaria, más humilde, más humana y, en definitiva, más realizada. No importa cuántos fracasos o limitaciones nos hayan acompañado: podemos proyectarnos hacia un futuro nuevo, elegido de forma más responsable, con la misma esperanza, confianza y alegría con la que un niño llega al mundo. No nos conformemos con celebrar un recuerdo. Atrevámonos a vivir una realidad presente y actual.

Feliz Navidad.

 

Isabel Prieto Pastor – Alumna de la 12ª promoción del Experto en Coaching Personal en Valladolid (5C Asociados).
Doctora

Francisco Yuste
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