Hace algún tiempo, nuestro compañero Pablo Villanueva realizaba en una conocida red social una excelente reflexión acerca de la “pandemia de inseguridades” en la que vivimos. En ella aludía a esa sensación la sensación de no dar la talla, no ser del todo aptos/as, no estar a la altura en las diferentes facetas de la vida que parece azotar a la sociedad. Esta reflexión nacía al hilo de una frase: «No hay mayor prisión que la opinión de los demás», y de la tremenda exposición que sufrimos todos a la mirada y a la consideración que, sobre nosotros, tienen los demás.
Todo lo anterior genera una necesidad de complacer, de cumplir expectativas ajenas, de mantener una imagen, lo cual desemboca en un miedo que afecta a tres relaciones fundamentales que mantenemos a lo largo de la vida: uno, con nosotros mismos (Autoestima); dos, con los demás (Relaciones sociales); y tres, con el mundo que nos rodea (Manera de sentirnos en la sociedad y sus diferentes contextos).
La relación con uno mismo y la autoestima que de ella deriva son clave para que podamos actuar siendo nosotros mismos, con confianza y sin dejarnos influenciar tanto por agentes o condicionantes externos que puedan distorsionar nuestra capacidad de decisión. De hecho, es una paradoja que vivamos tan centrados en la consideración de los demás cuando, si hay alguien con quien caminamos en la vida, si hay alguien a quien sentimos y de quien somos responsables, ese alguien somos nosotros mismos. ¿Por qué en lugar de estar tan pendientes de la opinión de los demás no cuidamos la relación que tenemos con nosotros mismos y en cómo nos sentimos con nosotros mismos?
Qué es la autoestima
La autoestima, como vivencia psíquica, es tan antigua como el ser humano y su historia se remonta a William James, en las postrimerías del siglo XIX. En la obra “Los principios de la Psicología”, James estudia el desdoblamiento de nuestro Yo-global en un Yo-conocedor y un Yo-conocido, desdoblamiento del que todos somos conscientes en mayor o menor grado, y del que nace la autoestima. Las aportaciones posteriores de la piscología han sido cuantiosas y, podríamos decir, no siempre unánimes. En este contexto, destacamos la contribución de autores como Abraham Maslow (uno de los referentes de la psicología humanista), para quien la autoestima se incluye como necesidad dentro de nuestra jerarquía de necesidades como seres humanos, por lo que hablamos de algo que es necesario atender, como el resto de las necesidades jerárquicas que plantea este autor en su teoría. Además de una necesidad, la autoestima como constructo psicológico también ha sido definida como la “percepción evaluativa de uno mismo”. Esta concepción “evaluativa de uno mismo” incluiría aquellas características propias que juzgo como valiosas y positivas, mis grandes fortalezas, o mis logros y éxitos personales y, de acuerdo con ello, si la evaluación es positiva, tendré una buena autoestima y, si la evaluación es negativa, la tendré baja. Está visión es considerada algo perniciosa y no del todo sana, porque por buenos que seamos en algo o por bien que hagamos algo, siempre puede haber alguien que lo haga peor, y nuestra autoestima se tambalearía en cuestión de tiempo. De ahí que, quizás, sea mejor atender a concepciones de la autoestima como la de David D. Burns, quien la entiende como “el conjunto de las actitudes del individuo hacia sí mismo”.
En esta línea, y desde un punto de vista humanista, tal y como plantearon psicólogos como Carl Rogers o el ya mencionado Abraham Maslow, una autoestima sana es algo diferente a una evaluación de uno mismo, que tiene más que ver con la capacidad para establecer una relación de amor con uno mismo, en la que el individuo se responsabiliza de sus propias necesidades y limitaciones, y se conmueve en un contacto genuino y honesto consigo mismo, compadeciéndose por su propio dolor y aceptándose a sí mismo sin juzgarse, incondicionalmente, en términos globales. La verdadera autoestima proviene, entonces, del hecho de estar dispuestos a mirarnos de forma honesta, sin tener que ocultar la parte más disfuncional de nosotros mismos, sino también abrazando dicha parte y conmoviéndonos con ella. De hecho, si amar a otro es una decisión, muchas veces incondicional, y no una cuestión de un balance argumentativo entre cosas favorables y desfavorables del ser amado. ¿Por qué no hacemos lo mismo con nosotros mismos? Es más, ¿qué alternativas tenemos para trabajar esa sana autoestima y cimentar la confianza en nosotros mismos?
Para responder a estar cuestiones, es interesante considerar que nuestra autoestima es una consecuencia de experiencias, no pocas veces dolorosas, que se generan en nuestro interior desde nuestra infancia (que es un periodo en el que nuestras necesidades emocionales pudieron ser o no atendidas), de lo que se deduce que la autoestima se sustenta en un trabajo psicológico sobre uno mismo que nos permita vivir con un ajuste cada vez mayor. Para eso será necesario conocerse, comprenderse y saber qué nos ha hecho ser quienes somos. Conocer el impacto que ha tenido nuestra experiencia en nuestra percepción, en nuestras estrategias de personalidad y en nuestro cuerpo, aceptando nuestras limitaciones y nuestros errores y reconectando con nuestras cualidades y nuestras fortalezas. El trabajo sobre uno mismo hace posible que nuestra vida no sea dominada por los dinamismos inconscientes –esa reacción “a lo de fuera” que, con tanta frecuencia, descubrimos en el origen de acciones, comportamientos, reacciones…- y que podamos avanzar en consciencia, responsabilidad y madurez, pero más “hacia dentro”. Y aquí se da un equilibrio delicado: como bien señala el psicólogo transpersonal Enrique Martínez Lozano, la autoestima es una estación de paso necesaria en el siempre inconcluso desarrollo de nuestra madurez personal y, si no pasamos por esa estación, corremos el riesgo de no lograr una madurez serena; ahora bien, si convertimos la estación en meta, quedaremos estancados en un narcisismo ególatra, incapaces de abrirnos y darnos a los demás. Y es que como bien señala Martin Buber: “Empezar por uno mismo, pero sin acabar por uno; tomarse como punto de partida, pero no de llegada; conocerse, pero no preocuparse de uno mismo”.
Para trabajar la autoestima
Nadie puede dejar de pensar en sí mismo y de sentirse. Todos, pues, desarrollamos una autoestima suficiente o deficiente, positiva o negativa, alta o baja con la particularidad de que, el que no está a gusto consigo mismo, no está a gusto, y punto. Importa, por tanto, desarrollarla de una manera positiva y realista, pero ¿qué podemos trabajar en nosotros mismos? No hay acuerdo a este respecto entre los distintos autores, pero podríamos citar, entre otros, los siguientes aspectos que conforman las “Aes de la autoestima”:
- El auto-concepto: sobre la base del autoconocimiento, incluye aquellos elementos, características e ideas que nos forman una imagen de cómo soy, tanto lo positivo como lo no positivo.
- La autoconsciencia (o consciencia de uno mismo): atender y observar a los estados internos, la experiencia interna, incluyendo la atención al propio malestar como un acto de amor hacia uno mismo que hace que, al ser propio, me importe y decido mirarlo para no ignorar mi propio dolor.
- La auto-aceptación:asumir y aceptar incondicionalmente quién soy, siendo coherente en mi vida con aquello que es importante para mí (es decir, con mis principios y valores).
- El auto-respeto: atender y satisfacer mis necesidades y poder comunicarlas, así como expresar mis emociones. Actuar de forma coherente con mis compromisos, y aquí entran los adquiridos con los demás, ¡pero sobre todo los adquiridos con uno mismo!
- La auto-compasión: observar nuestro propio sufrimiento, de manera bondadosa y sin enjuiciarlo, alejándonos de la defensa de la autocrítica sino mirándolo desde una ternura genuina.
Estas “Aes de la autoestima” presuponen un buen nivel de autoconocimiento, de vivir dándose cuenta del propio mundo interior, de escucharse amistosamente, de responsabilizarnos de nuestras necesidades y de ser, en definitiva, un buen amigo de uno mismo porque, ¿podrías ser amigo de alguien a quien no conoces muy bien y en quien no confías?
Un pequeño ejercicio práctico
Al llegar a este punto, invitamos al lector a realizar el siguiente ejercicio, inspirado en las propuestas de Vicente Bonet: siéntate cómodamente, cierra los ojos, respira pausadamente unas cuantas veces y, una vez que estés tranquilo/a, imagina con toda la viveza de que eres capaz una silla vacía, su forma, su textura, su color, el espacio que la rodea…y “ve” con los ojos de la imaginación cómo entra en tu campo de visión una persona que te quiere bien y se sienta en dicha silla. Contempla detenidamente su rostro, su figura, su postura… ¿qué sientes al contemplarla? Sin duda, será un sentimiento agradable. Al cabo de un rato, esa persona se levanta y desaparece. Y entonces aparece otra persona, que eres tú, tu réplica. Contempla tu propio rostro, tu figura, tu postura…con la mayor viveza posible. ¿Qué sientes en presencia de tu propia imagen? ¿es un sentimiento positivo, negativo, indiferente, ambivalente…? Toma nota de tus sentimientos con respecto a ti mismo. Después de una pausa, recomendamos que, volviendo a visualizar tu propia imagen sentada en la silla vacía, te hagas las siguientes preguntas y respondas con total sinceridad:
- ¿Me acepto tal como soy? ¿Me respeto?
- ¿Estoy habitualmente satisfecho o insatisfecho de mí mismo?
- ¿Reconozco mis cualidades y mis logros o tiendo a desestimarlos?
- ¿Me valoro en lo que realmente valgo o, por el contrario, me infravaloro?
- ¿Asumo serenamente mis errores, limitaciones y fracasos? ¿Me perdono por ello?
- ¿Me comporto de manera consecuente con mis compromisos, también los que adquiero conmigo mismo?
- ¿Soy capaz de defender mis derechos sin vulnerar los ajenos?
- ¿Me cuido lo suficiente? ¿Me dedico tiempo?
- ¿Me marco objetivos realistas y los cumplo?
- ¿dedico tiempo a aprender, a crecer como persona?
Una respuesta objetiva, sincera y serena a estas cuestiones te apoyará para conocer mejor el estado de tu autoestima. En base a ello, ¿necesitas y quieres “poner más cachas” tu autoestima? ¿Quieres conocerte mejor y construir una buena relación de amistad y confianza contigo? Si es así, te animamos a ponerte manos a la obra, empezando ya con pequeños pasos como, por ejemplo, revisar el Decálogo de una sana autoestima que ya publicamos en este blog o apuntarte a fortalecer tu autoconocimiento y tu inteligencia emocional. Porque, al fin y al cabo, como afirma el escritor Pablo d’Ors: Si no nos conocemos, no podemos amarnos y, si no nos amamos, tampoco podemos amar a los demás, porque uno no puede dar lo que no tiene. Y si no amamos los demás, no nos enteramos de qué va la vida.
Gracias por leernos.
Isabel Prieto Pastor – Alumna de la 12ª promoción del Experto en Coaching Personal en Valladolid (5C Asociados).
Doctora 




