Francisco Yuste

Coaching personal y ejecutivo - Inteligencia Emocional.

Siguiendo con las aproximaciones a diferentes libros que estamos llevando a cabo este verano, comentamos ahora un texto clásico y fresco. Un texto que conserva su frescura porque nos habla de las pasiones humanas. Tras muchos años las pasiones continúan siendo las mismas aunque, en nuestro mundo moderno, puedan cambiar los estímulos que desencadenan las interpretaciones que realizamos y que dan lugar a dichas pasiones. En otras palabras, ha cambiado el escenario, no la trama.

Las personas compartimos sentimientos, emociones y necesidades. Así, podemos comprender con facilidad que un argelino del siglo IV se entristeciera como lo hace un extremeño en 2024. El entorno social y cultural ha cambiado, no nos regimos por los mismos códigos de convivencia y, si nos quedamos en la capa más externa, parece que exista un abismo entre la vida que una persona vivía en Milán durante el año 387 d.C. y la que hoy pueda vivir alguien en Badajoz.

Sin embargo, si profundizamos un poco más, si buceamos en el interior del ser humano, si no nos quedamos en ese nivel superficial y cosmético que el ritmo extenuantemente urgente de la sociedad actual nos propone, podremos observar y admirarnos de lo semejantes que somos.

Se supone que hemos progresado, sin embargo hay algo que hace que cuestionarnos ese progreso: ¿Estamos hoy menos conectados a esa profundidad esencial y más obnubilados en la apariencia superficial? ¿Quizá no encontramos tiempo para contemplar con detenimiento más allá del primer vistazo? ¿Nuestra mente, como nuestro dedo pulgar sobre la pantalla, hace scroll incesantemente y por ello vamos perdiendo calidad atencional en nuestras vidas?

Inteligencia Emocional antes de la Inteligencia Emocional

Por todo ello, estas palabras escritas hace más de mil quinientos años tienen, aún hoy, plena vigencia. Sentimos decepcionar al lector si este buscaba novedad, el último estudio de Harvard, los últimos avances en neurociencia o la frase new age a publicar en un bonito post de Instagram, tan bonito como vacío. En su lugar os invitamos a deleitaros con un autor que no desvelaremos, ya que la propuesta es que adivinéis de quién se trata, y para ello podéis seguir las pistas que hay en este artículo además de algunas frases del párrafo seleccionado para su comentario, magnífico por su lucidez.

Más quince siglos antes de que Salovey y Mayer acuñaran el concepto Inteligencia Emocional, que tiempo después popularizó Daniel Goleman, nuestro autor misteriosoescribió en latín una colección de trece libros, dando pie a un género original, la autobiografía espiritual. Comencemos ahora a comentar unas páginas en las que, el que fuera profesor de retórica y residiera un tiempo en Cartago, trató las consecuencias derivadas de una inadecuada gestión emocional y nos habló de sus síntomas y sus causas.

Fragmentos del texto raíz y comentarios sobre los estados aflictivos

En el segundo libro de esta magna obra, encontramos un listado de elementos que el autor nos propone: sentimientos, actitudes, cargas emocionales, vicios… que, sin lugar a dudas, hoy siguen generando problemas en nuestras relaciones y en nuestro día a día.

Comienza por uno de los mayores obstáculos en las relaciones interpersonales, el orgullo. Y nos dice: “El orgullo, por ejemplo, imita una manera de alteza…”

Fijémonos detenidamente, dice imita (o que trata de imitar), por lo que es una imitación o falsificación. El diccionario de la RAE define imitación como: Objeto que copia a otro, normalmente más valioso. Así que, expresada con maravillosa sencillez tenemos la clave.

La persona orgullosa imita una manera de alteza porque no la tiene, o al menos no cree tenerla. Es decir que es un movimiento compensatorio, la persona siente su bajeza (por emplear el término complementario al que utiliza el autor) y por ello trata de ensalzarse. El elefante no le dice a todo el mundo lo grande que es, simplemente camina. Sin embargo, el orgulloso quiere ocultar su pequeñez con un sucedáneo inflamado, la grandiosidad (endiosándose). La pregunta es ¿Y qué tiene de malo la pequeñez? ¿Por qué nos empeñamos en parecer más altos de lo que somos?

Gracias a la gran perspicacia de otro autor, Alfred Adler, conocimos que los deseos de superioridad derivan de un sentimiento profundo de creerse muy pequeño, inferior, y nos legó su teoría sobre el complejo de inferioridad. Pero dejemos ahora a Adler y continuemos con nuestro, por el momento, secreto autor.

Nos dice: “O la ambición, que sólo busca los honores y la gloria…”

Nada malo hay en querer avanzar, podemos decir que incluso es sano. Eso sí, partiendo de la premisa de aceptar incondicionalmente donde uno se encuentra. Pero aquí, el autor llama nuestra atención acerca de la ambición que nos arrastra ya que sólo busca la reputación y el reconocimiento, la fama. La persona que experimenta este tipo de ambición busca en el exterior lo que no ha conseguido alimentar desde el interior. Nos tropezamos, como en el caso anterior, con el deseo de que nos vean de una forma diferente a como nos vemos a nosotros mismos.

El ambicioso quiere, con un ansia desmedida debido a un sentimiento de poca valía e indignidad, ser coronado con el laurel. Una falta de autoestima lleva a buscar compulsivamente la estima de los demás, expresada en el anhelo de brillar y que los demás lo vean. Es una huida constante de la sencillez, de la sutileza de lo cotidiano y de la mediocridad. Es una traición a nuestra realidad limitada y naturalmente simple, para con una idealización pomposamente romántica.

Revisemos nuevamente nuestra relación con nosotros mismos ¿Y qué hay de malo en no ser extraordinariamente excepcional? ¿Por qué perseguir los laureles y querer ser más altos, más rápidos y más fuertes que los demás? Quizá aquí tengamos otra clave, la comparación y la medida con la referencia externa lo que nos lleva a la carrera infinita y la insatisfacción permanente. Somos únicos y valiosos, dignos ¿No es suficiente?

Continúa escribiendo: “La crueldad es el arma del poderoso que usa para ser temido”

Un punto importante es que nos habla de que la crueldad es empleada como un arma. Por lo tanto, una herramienta de violencia con la que someter a las personas, con la que causar dolor o, al menos, intimidar haciendo notar que podemos causarlo.

Explica que quien emplea esa arma es el poderoso, y aquí añadimos un ingrediente más, el del rol que representamos en determinadas situaciones. Ojo porque aquí, tenemos una peana para que el orgulloso y el ambicioso se suban, y esto es trágicamente peligroso. Quien más y quien menos ha podido vivir esto en sus propias carnes. ¿Quizá con un jefe déspota y airadamente malhumorado hacia las personas subordinadas jerárquicamente? Es triste ver como se abusa del poder, y es demasiado habitual. Lo que no vemos es que estas personas están aplastadas por sus miedos. Se ven tan pequeñitas e inseguras que todo les aterra. ¿Y… Cuándo he abusado yo de una posición de poder? Si contestamos honestamente ya estaremos avanzando.

Lo que no hemos entendido todavía es que la autoridad nos la dan nuestros actos, no nuestra posición, y no por subirnos a una peana somos más altos. Nuestra debilidad mal digerida engendra violencia, y lo vemos aún más claramente debido los galones que los cargos suelen llevar asociados. Violencia verbal, emocional, psicológica o física ¿Se darían si no estuviéramos tan asustados? ¿Qué hay de las guerras?

Tan doloroso nos parece cuando las personas que exhiben esa crueldad, tienen otros roles fuera del ámbito político, militar o empresarial y más relacionados con la proximidad, por ejemplo, cuando son profesores o las figuras parentales las que tratan con crueldad a quien todavía está comenzando su andadura en este mundo; mundo este que no es cruel, pero que inevitablemente percibirán así los que experimentan, de partida, la crueldad de los cobardes y pequeños hijos del miedo subidos a un altar.

Seguimos con el texto: “Las caricias de los lascivos son para granjearse el amor que buscan…”

Contacto, pero sin tacto. Apetito desorientado e inmoderado de los placeres corporales. En este caso, el autor parece referirse a la lujuria. Si nos fijásemos exclusivamente en el lenguaje que el autor emplea, parecería ser que esto es algo que no nos afecta a día de hoy, parece anacrónico en este siglo XXI. Sin embargo, se trata de todo lo contrario. Si hablamos de pornografía, de las relaciones exprés, de la sexualización cada vez más temprana… Entonces sí, vemos como este problema nos afecta y cada vez más.

El más afamado psicoanalista, Sigmund Freud proponía que la libido es la energía que dirige toda conducta, como la causa que desde nuestras pulsiones e instintos nos empuja a actuar. Aquí nuestro autor detecta algo que puede que a Freud se le pasara por alto (o no). La búsqueda de amor es la que nos impulsa, la necesidad de conexión que desfigurada se transforma en incontinente sed de sexo. Las caricias nos proporcionan la suavidad y proximidad que necesitamos, pero pierden su efecto saciante si no van de la mano del cuidado, la estima, el respeto y la admiración. También la falta de contacto con nosotros mismos nos arroja a la falta de conexión con los demás y a la confusión, esperando encontrar en el eros (del erotismo y la atracción) lo que sólo proporciona el agápe (de la intimidad y el compromiso).

Una vez más el autor nos invita al cultivo interior que nos llena, para poder ofrecer y compartir, advirtiéndonos de cómo la búsqueda carente continua manteniéndonos vacíos, sintiéndose esta como un pozo sin fondo, que nada puede llenar.

Prosigue: “Y la curiosidad aparece como amor a la ciencia…”

Esto sí que es curioso, que la curiosidad aparezca en el texto como un aspecto negativo. Es claro que a esta idea no le faltarán detractores. Trataremos de exponer aquí  de lo que entendemos trata de prevenirnos.

Es cierto que la ciencia nos ha apoyado y permitido evolucionar, crecer como especie, que el conocimiento es algo deseable siempre que no nos lleve a la barbarie y la sinrazón. Sin embargo, como en el resto de puntos que venimos comentando, es la desmesura la que quiebra el sano equilibrio. La falta de capacidad para admitir y asumir que somos frágiles, vulnerables, limitados, pequeños… es la que nos lleva por derroteros poco adecuados.

En los últimos siglos, los avances en el conocimiento científico nos han llevado a tomar una postura de superioridad frente a la naturaleza y al cosmos, es como si todo lo pudiésemos saber, todo lo quisiésemos controlar y nada escapase a nuestra inteligencia. Este cientificismo saturado y engolado nos lleva de cabeza a la soberbia, nos aleja de la humildad y nos condena a la prisión racionalista y materialista.

Poco más que decir, pues este conocimiento parcial lo tomamos por total. Nuestro saber es limitado y así es aunque nos empeñemos en que no. Creemos conocer el camino ¿Sabemos andarlo? El ansia intelectual nos aparta de la sabiduría práctica, de la práctica artesana de la rendición a aquello que nos sobrepasa y sobrecoge. La práctica artesana de la compresión de nuestra condición humana, y de la puesta en práctica de esta comprensión con amabilidad.

El texto continúa, aunque nosotros lo dejamos aquí (de momento). Sí que queremos dejaros más perlas de este texto que no tiene desperdicio, con la intención de que, si lo veis provechoso y enriquecedor, continuéis reflexionando sobre lo que propone nuestro autor aún no desvelado.  Aquí os dejamos para seguir tirando del hilo:

“La misma ignorancia y estupidez gustan de cubrirse con la máscara de sencillez y de inocencia…”

“La indolencia busca el descanso…”

“El lujo se disfraza de saciedad y abundancia…”

“La prodigalidad y el derroche toman el nombre de liberalidad…”

“La avaricia quiere poseer muchas cosas…” 

“La envidia nace del apetito de la excelencia…”

“La ira exige venganza…”

“El temor tiembla ante lo desconocido y repentino, es contrario a lo que uno ama y quiere tener seguro…”

“La tristeza nos aflige cuando se pierden las cosas en que se deleitaba nuestra codicia…”

Os animamos a desarrollar vuestra inteligencia emocional con nuestro taller IE1, que impartimos desde las premisas humanistas desplegadas por Paco Yuste. En este momentos los talleres se imparten en Madrid, Valladolid, Sevilla y Barcelona. En todas las ciudades los facilitadores somos personas formadas y formalmente acreditadas, acumulando una experiencia de más de 12 años en algunos casos.

Te animo también a qué descubras el autor que escribió las perlas que he compartido en este post. ¿Quién será?

Álvaro Puente – Miembro de 5C ASOCIADOS. Experto en Coaching Personal  (2019 – 5C Asociados).
Experto en Inteligencia Emocional para niños (2020 – 5C Asociados) y Experto en Coaching Ejecutivo (2022 – 5C Asociados).
Técnico Profesional en Inteligencia Emocional Aplicada a la Empresa (2022 – EIOE. Euroinnova International Online Education).

Francisco Yuste
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